La pérdida reputacional erosiona un imperio acosado por problemas de todo signo
11 octubre 2021 |
Casi exentos de regulaciones
La existencia de oligopolios, casi ajenos a las regulaciones propias de otros sectores estratégicos, vuelve a poner de relieve cuando suceden acontecimientos como los de la semana. Los políticos se dan cuenta de la necesidad de diversificar estas herramientas para evitar colapsos globales.
A mediados del pasado diciembre, Google sufrió el oprobio de reconocer que sus principales servicios -incluidos Gmail, Google Docs, YouTube y Drive- dejaron de funcionar , sin que mediara un ciberataque por medio. El resultado se saldó con varias horas de inactividad en cientos de millones de usuarios y empresas en todo el mundo. De la misma forma, Microsoft sufrió hace un año una caída de varios de sus servicios de Microsoft 365, entre ellos Outlook y Teams.
La plataforma 'Downdetector', que detecta, registra y advierte de los fallos de sitios web, no deja a nadie fuera de juego, incluidas referencias online como Twitter, Tiktok, Netflix, Spotify, todos ellos posiciones de dominio en sus respectivos sectores.
El caos en Facebook deja a millones de personas sin conocer las últimas actualizaciones de estado de sus allegados, pero también apaga el escaparate publicitario de millones de pequeños negocios. En el caso de Whatsapp, los usuarios rescatan los SMS o las llamadas de voz (con incrementos del 150% como sucedió en las redes de Orange España durante el paréntesis operativo de Whatsapp). Más preocupante resultaría la dependencia del mundo de las nubes de Amazon, Google y Microsoft, lo que anima a Europa a acelerar su propios servicios cloud a través del denominado proyecto Gaia X.
En el caso de Facebook no se conoce en profundidad las razones del fiasco, aunque según se apunta podría haber sido un problema de los registros DNS de Facebook, es decir el sistema de nombres de dominio, porque la compañía estadounidense no ha exhibido la transparencia que podría desearse de cualquier cotizada. De esa forma, se ha especulado sobre si el ataque fue teledirigido o si fue algo accidental, como quien tropieza con un cable y desconecta el tinglado. Desde dentro de la organización siempre es más fácil cometer la fechoría que desde fuera, pero todo es posible. Lo que sí se tiene constancia es que se tardó mucho más de la cuenta en restañar la avería. Dicen que los equipos técnicos llamado a apagar el fuego en Facebook estaba en sus domicilios, en teletrabajo, a varias horas de distancia de los servidores, en una escena que resulta complicada de aceptar en los tiempos que corren.
En el blog corporativo, el vicepresidente de infraestructura de Facebook, Santosh Janardhan, aseguró que la caída de los servicios "no fue causada por actividad maliciosa, sino por un error causado por nosotros mismos". En concreto, la culpa del estropicio residió en un cambio defectuoso en la configuración de los routers que coordinan el tráfico de red entre los centros de datos de la compañía, que interrumpió el tráfico. Esto "tuvo un efecto en cascada en la forma en que se comunican nuestros centros de datos, lo que paralizó nuestros servicios", explicó el directivo. Por su parte, el propio Mark Zuckerberg tuvo que visitar la sala de máquinas para ver directamente qué pasaba y después disculparse públicamente. Y porque siempre hay excusas para todo, se esgrimió que merece la pena que la recuperación de los servicios será más lenta si con ello se incrementa la seguridad del sistema.
Porque los disgustos nunca llegan solos, apenas un día después del ridículo apagón de Facebook, una exempleada de la compañía de Menlo Park, Frances Haugen, detalló en una comisión del Senado de los EEUU sobre los testimonios que anteriormente había hecho al The Wall Street Journal y al programa 60 Minutos del canal CBS. En pocas palabras, Haugen acusó a la red social de anteponer sus beneficios corporativos a la seguridad de los usuarios por el hecho de ocultar consecuencias gravemente nocivas para los menores al fomentar la división social y debilitan la democracia, entre otros males. La palabra ahora la tienen los senadores sin que se esperen palabras conciliadoras hacia el gigante de Menlo Park.